Era igual a todos los aceites, con el mismo olor y sabor. El contenido de esa pequeña jarra de aceite no se diferenciaba en nada de cualquier otro aceite de oliva virgen, de primera prensa. El único detalle distinto era que llevaba el sello del sumo sacerdote, lo que significaba que era ritualmente puro. Pero, para encender la menorá en el Templo Sagrado los judíos insistieron en usar únicamente aceite ritualmente puro y ningún otro, precipitando así el bien conocido milagro de Janucá.
"Ritualmente puro." ¿Y qué significa eso? ¿Cuáles son las propiedades que tiene una muestra de aceite de oliva ritualmente puro que los demás aceites no tienen? ¿Qué pruebas de laboratorio pueden ser llevadas a cabo para medir los grados de pureza ritual? No existen análisis de este tipo. La pureza ritual es un estado que no tiene equivalente en el universo físico; existe solamente en el mundo del espíritu.
La tenacidad judía por cumplir con sus severas leyes de pureza e impureza volvió locos a los racionalistas griegos. Fue por este motivo que, al saquear el Templo Sagrado, contaminaron todas y cada una de las ánforas de aceite que pudieron encontrar. El empecinamiento de los judíos los exasperaba. ¿Por qué era que los judíos insistían en vivir en una realidad que nadie más podía percibir, imposible de verificar por pruebas empíricas? Presenten una prueba, traigan una evidencia que el aceite de oliva "puro" es realmente más refinado o superior al aceite "contaminado" y aceptaremos vuestro ritual religioso. Pero los judíos no podían presentar ninguna prueba terrenal que demostrara que este aceite tenía alguna diferencia con los demás aceites. Lo único que tenían era su fe en una norma que solamente existía en el ámbito de su espíritu.
Pero no olvidemos que a los griegos el mundo del espíritu no les era ajeno. Ellos tenían su cultura, refinadamente desarrollada con drama, arte, filosofía y religiones, que puede rivalizar con cualquier tema de la época actual. Pero su estética tenía una lógica determinada; apelaba a los instintos humanos. Los judíos se regían por normas que no se adaptaban a ningún sistema del pensamiento humano. Sin necesidad alguna de justificarse declaraban su fidelidad a un Señor que estaba por encima de la lógica y la comprensión humanas.
No mucho ha cambiado en los 2.000 años de existencia judía desde la historia de Janucá. Como mujer observante, a menudo esquivo las preguntas que me hacen algunos extraños curiosos, generalmente amistosos, acerca de mi estilo de vida. Esas preguntas no me incomodan en lo más mínimo; en realidad, disfruto de los desafíos que me plantean. Pero, en esas preguntas percibo ecos de los antiguos griegos. "¿Cuál es el sentido de cubrir tu cabello con una peluca que es tan atractiva como tu cabello propio?" "Las leyes de kashrut pueden haber tenido sentido antes de la época de la refrigeración y la higiene. Pero, en el mundo actual ¿qué es lo que hace que la carne kasher sea diferente de la no kasher?" "Entiendo que el Shabat es un día especial de la semana. Pero, ¿es que encender la luz es un asunto tan serio?
Hago lo posible por contestar a estas preguntas sincera e inteligentemente. Sin embargo, antes de poder formular una respuesta para otra persona, primero tengo que preguntarme, ¿por qué? Y en realidad ¿por qué sigo estas leyes? ¿Qué es lo que me impulsa a observar el Shabat, a solo comer kasher, o a mantener las complejas leyes de pureza familiar? A medida que me planteo estas preguntas me doy cuenta que todas las hermosas y elocuentes explicaciones que encuentro no expresan realmente la razón medular por la cual mantengo los preceptos. No es que las respuestas no sean verdaderas; todas son absolutamente sinceras. El Shabat es verdaderamente una experiencia magnífica, un día que me da aliento y fuerzas para poder enfrentar la semana que se inicia. Mantener la kashrut me ayuda a ser más consciente del acto de comer y eleva todas mis funciones físicas a un plano más alto. Observar las normas relativas al recato realza mi relación con mi esposo y nos une más. Pero ninguna de estas razones puede realmente explicar por qué observo estas normas. ¿Cuál es la verdadera motivación, el "por qué" que está detrás de mi observancia?
Se trata de un sentimiento que no es muy sencillo de explicar, en especial si la pregunta la plantea un extraño en un tono ligeramente burlón. Suena casi grosero, demasiado obvio y sin sofisticación declarar que observo las normas judías porque soy judía y D-os así me lo ordenó. Como judía del siglo XXI, todavía estoy en lucha con mi enemigo interior, la encarnación moderna del antiguo griego que ridiculiza las claras manifestaciones de fe. Ese griego interior se siente a gusto con las explicaciones racionales, culturales o psicológicas de los mandatos de D-os. La observancia basada en la fe suena temible y fuera de contacto con la realidad.
Pero de eso se trata, como judíos nunca hemos estado en contacto con la realidad de los demás, ya sea moderna o diferente. Ser judío significa tener una conexión con una realidad que está fuera del alcance de la vista, de los sentidos físicos; una realidad en la cual la diferencia entre lo puro y lo impuro, kasher o no kasher, Shabat y día de la semana, es evidente e intuitiva. El milagro de Janucá que conmemoramos cada año es una celebración de esa conexión esencial que tenemos con aquello que está más allá de la razón.
Como dije más arriba, para mí no es sencillo expresar mi fe en palabras. Las palabras sirven para comunicar pensamientos, conceptos, filosofías. Cuando mi realidad es diferente de la tuya, es mediante palabras que tratamos de tender un puente por encima de la brecha. Pero la fe que está dentro mío, mi ligazón espiritual con D-os, es la misma que sientes tú. Las mitzvot no son una filosofía; son nuestra vida, nuestra esencia. Es por eso que, en realidad, las mitzvot no pueden ser explicadas. Es necesario sentirlas, experimentarlas a través de actos físicos tangibles. Como poniéndose los tefilín. O dando dinero para fines benéficos.
O encendiendo una vela. Esa es otra pregunta del tipo "por qué" que a menudo surge en relación a Janucá. Es una festividad muy cálida, una preciosa alternativa a todo el brillo comercializado que nos rodea. Podemos celebrarla en nuestros hogares, compartir latkes y sufganiot, jugar con el dreidel y cantar Maoz Tzur. ¿Pero por qué se hace tanta publicidad? ¿Por qué se colocan enormes menorot y se hacen celebraciones? ¿Por qué la ley judía impone que debemos encender la menorá frente a una ventana o en la puerta, a una hora de la noche en que quien pase delante la pueda ver? La respuesta es en realidad la culminación de todas esas preguntas del "por qué": porque no alcanza con mantener mi fe escondida en lo profundo de mi corazón, como un tesoro. No puede permanecer sólo "allí arriba", en la dimensión espiritual. Debe ser expresada y articulada: tiene que encontrar su hogar en el mundo físico, el mundo común y corriente.
Encendemos las luces de Janucá en público para hacer una orgullosa declaración a todo el mundo, a extraños curiosos y a griegos burlones por igual: somos el pueblo judío y estamos aquí para quedarnos. Estas luces atravesarán la oscuridad del mundo y nunca serán extinguidas.
Chava Shuchat vive en Brooklyn, Nueva York, es madre de cuatro niños, maestra y escritora independiente.
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